000:02 ·Gilberta· #1

-Gilberta!
¡Gilberta! ¡¿Donde estas?!

Gritando, en medio de la calle, una tras otra iba asaltando a toda mujer que se cruzaba en su camino. Les preguntaba implorando, con lágrimas en los ojos ya inflamados, con desesperación, si eran ellas, esa mujer por la que llamaba tan angustiosamente.

Su aspecto, muy desaliñado, no era normal.
Vestía lo que antaño, fuera un hermoso y distinguido traje; se podía apreciar que estaba hecho a medida. Los zapatos, de vestir, se hallaban en un estado realmente lamentable; rayados y con la piel levantada en la puntera, la suela desgastada casi al limite. Los pantalones, descoloridos y con roturas en la rodilla izquierda y en los bajos. La camisa....fue blanca en otra vida y, bueno... tenia corbata. La americana, de corte único, perdió la mayoría de sus grandes botones hacia tiempo; con los puños roídos, las coderas, que habían hecho honor a su nombre y dejaron su existencia hacia meses.
Sin afeitar desde hacia 4/5dias; sucio, pero no tan extremo como su ropa. Con el pelo revuelto y graso, las bolsas y ojeras cercioraban la idea que se formaba de su mal estado; físico y mental.

Después de observarlo durante 15 minutos, justo cuando nos había divisado y, puede que por curiosidad o empatia nos dirigimos a su encuentro.

    -¿Eres tú? ¿Gilberta? Dime, ¿me conoces?

Asustada, apretaba mi mano con fuerza, la suya estaba blanca de la presión que ejercía dejando a la mía sin circulación. Pude avistar el miedo en sus ojos, que no le quitaban la vista de encima a aquel extraño, alerta de cualquier salto, grito, reacción. Le devolví el apretón y, con una sonrisa silenciosa y comedida, la tranquilice.

    -Disculpe, no pretendo importunarle; pero se equivoca de persona.

Su postura cambio, se puso tenso por un instante antes de romper a llorar; en silencio, inmóvil, con la vista puesta sobre sus zapatos tan en decadencia como el.

    -No se llama ni Gilberta, ni Berta, ni Gilda, ni nada parecido; pero podemos hacer algo por usted si acepta.

Los dos, cada uno a su manera, clavaron la mirada sobre mi.
Ella, seria y con una arruga en horizontal cruzando su frente, me miraba preguntándose en que estaba maquinando, en porque había ofrecido la ayuda de los dos a alguien que la atemorizaba, que la inquietaba hasta lo mas profundo se su ser.
El, cuyas lágrimas habían formado unos surcos claros sobre su piel sucia, me miraba extrañado, sin saber que hacer, sin saber si morirse. Pero si no lo había hecho ya no lo haría nunca; esperaba a la muerte de la misma manera que se encontró con la susodicha, de golpe.

    -Le propongo que nos acompañe, no hace falta que hable, ni diga nada si no lo desea. Lo único que le pido es saber su nombre; mi madre no me deja hablar con extraños.

Por primera vez en mucho tiempo, años me atrevería a decir, ese hombre, de unos 35/40 años (muy mal llevados) realizo una leve mueca de sonrisa y en sus ojos se descubrió un brillo, que a día de hoy, no se decir si era de esperanza o de felicidad.

    -Mi nombre....el nombre....me llamo, o mas bien, me llamaban Fernando. Hace demasiado tiempo ya, que no lo oigo, que no me llaman, que no me añoran...

Antes de que la pesada, espesa y abrumadora tristeza se volviese a cernir sobre el, conteste:

    -Pues; Don Fernando, mi nombre es Mada, pero me suelen llamar Ra, supongo que por comodidad; pero no le podría decir el porque. Le invito a tomar un café, o, pensándolo mejor, un chocolate caliente. Es otoño, pero parece que estuviéramos en el invierno polar. ¿Acepta?
Al termino de la frase, sin dejar de hacer sentir a mi compañera, en un código basado en apretones de mano, que estoy a su lado y atento a ella; di un paso al frente, le di una palmada en la espalda al desconocido pero interesante individuo y comencé a caminar.
Ella a mi izquierda y el a mi derecha. en silencio, cada uno con un pensamiento diferente en la cabeza, nos dirigimos, los tres al mismo destino.

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