001:01 ·En la Calle·

Las agudas agujas metálicas de sus tacones, repiquetean sobre las sucias baldosas, haciendo, si cabe, mas notoria su presencia ya de por si imponente.
De la bruma desaparecida, solo se puede apreciar el intenso frío que dejo tras de si.


Hipnóticos calados ascienden por sus medias, realzando la silueta de sus esculpidas piernas, a medida que la vista se alza; y se alza, se divisa un Valhalla circular; prieto y cautivo, en la oscura piel de una falda de tubo ceñida desde la cintura hasta las sufridas rodillas.
Por encima de ella, una ceñida camisa de gasa negra; traslucida, a pesar de los múltiples volantes que la adornan, permite la bella vista de sus senos desnudos. Se muestran pequeños, erguidos, firmes y duros por la emoción que la hace temblar.

Apreciando el sugerente surco de su espalda contoneándose, se incrementa la ansiedad por roer su nuca; desnuda por completo, a excepción, de la sencilla y ajustada cinta a modo de gargantilla que rodea su delicado y sensual cuello.

Bajo su recortado cabello cobrizo, detrás de su tez clara, en lo profundo de sus verdes ojos y al compás de lágrimas que arrastran el negro delineador sobre sus sonrojadas mejillas, ella solo piensa; paso tras paso, mirada tras mirada, en, si alguien, además de ella, estará percibiendo el interno zumbido que la hace explotar.

Sin contención ni medida, sobrecogida y liberada, muestra; en medio de un ciento de espasmos y temblores que recorren todo su cuerpo, una mueca de dolor en impoluto silencio.

-Ya puedo, Mi Señor, captar el sonido de las tibias lágrimas al caer.

Plic. Plic. Plic.
Las múltiples y pequeñas esferas traslucidas van impactando contra la acera, donde se acumulan, armoniosamente, hasta formar un pequeño charco sobre el cual, siguen depositándose más gotas de dorados reflejos.

Sobre este, aun tiemblan dos dos extremidades en una posición poco natural.
Los pómulos; perlados de sudor y rosados por la vergüenza que la atormenta, realzan aun mas su bello rostro descompuesto por la tormenta de sensaciones; contradictorias como mínimo, que la recorren, desde su yoni hasta su mente, y desde el eléctrico órgano hasta lo profundo se su ser nuevamente.

Sabe que no ha de detenerse, las ordenes son claras.
Se revuelve y sacude como si un escalofrío la invadiese. Se irgue rápidamente, recobra la compostura y retorna el andar.

Pese a la confianza, esfuerzo y convicción demostrados en continuar la marcha, la asalta otra ola de incomparable placer. Más intenso y profundo que el anterior.
Se tambalea y escora un tobillo recuperando rápidamente el equilibrio.

Le da igual. Ahora disfruta; es libre de cargos, vetos y tabúes.
Solo se debe a su palabra. La misma que le quito la voz, honor, dignidad y decisión. La que la absolvió de responsabilidades y dudas.

Sigue andando, sigue llorando, sigue miccionando.

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